Un estudio publicado en la revista The Lancet ofrece un retrato global de la salud en el mundo y de las enfermedades mortales y no mortales que van restando bienestar a esa vejez. Entre ellas, una tiñe el presente y futuro de pacientes y familiares porque no tiene cura y porque cada vez está más presente: el Alzheimer.
Aunque este trastorno se sitúa en el puesto número cinco del listado de los 10 problemas que más deterioran la calidad de vida de los españoles, en los últimos años ha irrumpido en el decálogo de patologías de los varones, cuando antes sólo estaba en el de las mujeres.
«No es suficiente para los españoles vivir más, queremos tener vidas más largas pero también más saludables. Identificando las enfermedades que causan la mayor pérdida de salud, seremos capaces de diseñar intervenciones que aborden con mayor eficacia estas dolencias», explica Alberto Ortiz, vicedecano de Investigación en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid y co-autor del estudio.
«El problema del Alzheimer es que el número de casos sube exponencialmente. Hay que tener en cuenta que el mayor riesgo es el envejecimiento y cada vez tardamos más en morirnos, esto hace que aumente el problema y que cada vez suponga un mayor coste a la Sanidad Pública», explica Jesús Ávila, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Sin embargo, no hay una causa clara, un límite definido entre las diferentes demencias ni un tratamiento curativo.
A pesar de esa incertidumbre, hay una línea común entre las últimas investigaciones: se persigue actuar antes. «La necesidad de pacientes y familiares es que se modifique el curso evolutivo de la enfermedad, para ello creemos que es necesario tratar antes. Lo mismo ocurre con la prevención.
Tomar medidas a los 60 es muy tarde, hay que empezar a los 40 con hábitos similares a los que se recomiendan para prevenir la enfermedad cardiovascular: una dieta mediterránea, ejercicio y actividad mental», señala José Luis Molinuevo, investigador principal del Programa de Investigación en Detección Precoz de la Fundación Pasqual Maragall.
Pistas
Por este motivo, tan importante como encontrar un tratamiento es identificar marcadores del inicio del proceso que deriva en este trastorno. «Se ha comprobado que 20 años antes de que aparezca la enfermedad ya se forman las placas características en el cerebro y entre cinco y 10 años antes, los ovillos. La muerte neuronal también se da antes de que aparezca el Alzheimer.
Quizás por esto los fármacos usados hasta ahora han fracasado, porque se empieza tarde, o tal vez porque haya otra causa distinta. Nosotros estamos buscando la fase asintomática, el punto cero, para que esa persona con vida normal empiece a hacer algún tipo de tratamiento precoz que evite los síntomas o su deterioro», aclara Ávila.
Para detectar los factores de riesgo e indicadores de la fase que precede a la enfermedad, con la intención de prevenirla, la Fundación Pasqual Maragall puso en marcha en 2012 un estudio con más de 2.700 voluntarios sanos de entre 45 y 75 años, hijos e hijas de enfermos de Alzheimer. Pedro Cordovés es uno de ellos. Este canario de 51 años, residente en Madrid, viajó hasta Barcelona para participar en él. «Decidí apuntarme por si pudiera aportar algo en el descubrimiento futuro de las causas o algún factor de riesgo».
La madre de Pedro, una mujer activa y empresaria de una explotación platanera, fue diagnosticada a los 72 años de Alzheimer. Ahora con 85, ya no reconoce a ninguno de sus cinco hijos ni a sus nietos. «Mi madre era muy cariñosa, pero ahora está desconectada. Es una enfermedad tremenda para el enfermo y muy larga. Si estudios como éste en el que participo sirven para retrasar los síntomas uno o dos años, ya serían válidos, porque ese tiempo es muy valioso para el paciente y la familia».
Demencias sin límites
Las demencias no están perfectamente diferenciadas. «Cuando se las explicamos a pacientes y familiares ponemos el ejemplo de los diagramas de intersecciones. Alzheimer puro se considera que es un 25% de los casos, el resto son mezclas de éste con demencia por acumulación de cuerpos de Lewy o demencias vasculares.
También hay casos mixtos de Alzheimer y Parkinson. Por este motivo, no se da un diagnóstico definitivo sino que se habla de probable o posible, porque hasta que no se hace una autopsia no se conoce la afectación real que ha sufrido el paciente», explica Eva Carro, del Grupo de Neurociencia del Instituto de Investigación Hospital 12 de Octubre de Madrid. Casi 47 millones de personas están afectadas por este abanico de trastornos y se estima que en 2050 la cifra casi se duplicará, con 131 millones de casos.
Una enfermedad muy cara
A diferencia de otros países, España no tiene una política de estado frente al Alzheimer. «En otros países de nuestro entorno hay un plan sistemático para la detección precoz y la atención crónica, en España no», explica Mario Riverol, especialista en Neurología de la Clínica Universidad de Navarra.
El coste del cuidado y la atención a estos pacientes lo asumen las familias. «En un estudio estimamos que estos enfermos suponen un gasto medio anual de unos 31.000 euros», señala Rosa Mª Cantabrana Alutiz, tesorera de la Junta de Gobierno de la Confederación española de asociación de familiares de personas con Alzheimer y otras demencias (Ceafa), en la que están integradas 305 asociaciones y representadas más de 200.000 familias .
«Llevamos años demandando un censo nacional, porque no se puede asegurar cuál es la incidencia real. Conociéndola se podría saber las necesidades sociosanitarias que necesitamos ahora y las futuras. Eso es fundamental para ordenar la lucha contra la enfermedad». Es la epidemia del siglo XXI, todo el mundo lo dice pero no se acompaña de acciones para tratarla porque es muy caro. Aquí el papel de las asociaciones es fundamental porque los pacientes no pueden ser abogados de sí mismos, como en otras enfermedades como la hepatitis o el cáncer», explica Luis Agüera, presidente de la Sociedad Española de Psicogeriatría.
Otro punto del que se quejan algunos familiares es de las barreras en el acceso a los fármacos, dirigidos a tratar los síntomas. «Sólo el 50% de los pacientes reciben esta medicación, bien porque el médico considera que el tratamiento no es eficaz o por los visados de inspección que requiere su prescripción. Esto es inaudito porque no conozco a ningún paciente de cáncer que no reciba su tratamiento», explica Agüera.
Fuente y texto completo: El Mundo